Visitar Oia en Santorini: Que saber antes de ir

Oia es uno de esos lugares que aparecen en postales, revistas y sueños viajeros. Y cuando llegas, sí: las vistas son realmente espectaculares. Las casas blancas colgadas del acantilado, los tejados azules y el mar Egeo al fondo crean una escena difícil de olvidar.

Pero también hay que decirlo claro: Oia en temporada alta puede resultar agobiante. Las multitudes son intensas, sobre todo al atardecer. Hay momentos en los que literalmente no puedes avanzar por las calles. Y eso le resta mucha magia a la experiencia.

Ver la puesta de sol desde el famoso Castillo de Oia es, sin duda, inolvidable. El problema es que conseguir un buen lugar puede implicar esperar hasta 3 horas bajo el sol, rodeado de decenas (o cientos) de turistas haciendo lo mismo. Además, el castillo está en un estado muy deteriorado: piedras sueltas, muros inestables, y sinceramente, no me pareció un sitio seguro.

Entonces, ¿merece la pena? Sí, pero con expectativas realistas. Ir en temporada baja o a primeras horas del día puede marcar la diferencia. Y si lo que buscas es una experiencia más íntima y relajada, hay otras partes de Santorini menos masificadas que ofrecen vistas igual de hermosas.

Oia tiene su encanto, pero no es un lugar mágico en cualquier condición. Vale la pena conocerlo, sí. Pero también vale la pena proteger tu bienestar mental y físico planificando bien cuándo y cómo ir.

Oia me impresionó por su belleza. No hay forma de negarlo: las vistas son una maravilla, especialmente cuando el sol empieza a caer y tiñe las casas blancas de tonos dorados y rosados. Es un lugar que, visualmente, se queda grabado en la memoria.

Pero al mismo tiempo, mi experiencia fue una mezcla de asombro y frustración. Las multitudes en verano me parecieron excesivas, incluso agobiantes. En muchas calles no podías caminar con tranquilidad, y los espacios para sentarse o disfrutar del paisaje estaban siempre ocupados.

Decidí ver el famoso atardecer desde el Castillo de Oia. La vista desde allí es, sin duda, espectacular, pero el precio fue alto: tuve que esperar casi tres horas para asegurar un buen lugar, soportando el calor, la incomodidad y el empujón ocasional de otros turistas desesperados por una foto.

Además, me sorprendió (y me decepcionó) el estado del castillo: muy deteriorado, piedras sueltas por todas partes, sin barreras ni señalización clara. Me pareció incluso peligroso, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de gente que se agolpa allí cada tarde.

¿Lo volvería a hacer? Probablemente no. Hay maneras más tranquilas y seguras de disfrutar el atardecer en Santorini. Pero al mismo tiempo, me alegra haberlo vivido: fue intenso, contradictorio, y muy humano. Una lección más de que a veces los lugares más bonitos no son los más fáciles de disfrutar.